La tormenta perfecta

Por: Cristián Mosella, Director Ejecutivo de EnergyLab

Lamentablemente, la humanidad es testigo de una nueva guerra. El conflicto armado entre Rusia y Ucrania ha cobrado miles de vidas, destruido familias, fuentes de sustento, ecosistemas y patrimonio; impactando de una u otra forma gran parte de la población del planeta.

Si bien es cierto que la mayoría de las naciones ha manifestado su rechazo a la guerra, ninguna de ellas se ha involucrado directamente en ésta. No obstante, hemos sido testigos de la reacción de gobiernos y grandes empresas que buscan sancionar al invasor, sofocando parte de sus fuentes de recursos y presionando para un pronto cese del conflicto.

Toda esta situación ha exacerbado las dificultades en las cadenas de suministro -que nos trajo la pandemia del COVID-19-, la seguridad en el abastecimiento energético y la estabilidad del sistema alimentario. Los cuales ya estaban tensionados productos de la necesidad de descarbonizar la economía y la crisis climática que ponen en jaque a la producción agrícola global.

Lo anterior se ha traducido en un aumento transversal de los costos. El reciente informe de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), señala que durante el año 2021 los precios de las turbinas eólicas y módulos solares fotovoltaicos aumentaron en un 9% y 16%, respectivamente; mientras los precios del litio, cobalto, cobre, níquel y aluminio lo hicieron entre un 25% y 50%. Todos ellos elementos y minerales esenciales para la transformación productiva requerida par alcanzar las emisiones netas cero al año 2050[1].

Así, se configura la tormenta perfecta para ralentizar y/o replegar “temporalmente” las políticas climáticas que se estaban comenzando a desplegar. Es así como volvemos a escuchar voces y grupos de presión que abogan por la reducción o liberación de impuestos a los combustibles fósiles y reactivación de centrales térmicas retiradas (entre otras iniciativas). Lo cual se contrapone con las advertencias que ha hecho la ciencia en cuanto a la necesidad de reducir más de un 40% las emisiones de dióxido de carbono y un tercio de las emisiones de metano durante esta década[2].

Cuando declaramos globalmente la guerra contra el cambio climático, el 12 de diciembre de 2015, mediante la firma del Acuerdo Paris, sabíamos que no sería un proceso sencillo. Y hoy, en medio de las dificultades, no podemos flaquear. Debemos reafirmar el compromiso con la acción climática; el tiempo escasea y tenemos claridad que los costos de la inacción son mucho mayores que los requeridos para controlar el aumento de temperatura en 1.5ºC.

Es hora que tanto la empresa privada como la sociedad civil actúen en consistencia con el desafío. Modifiquemos nuestros patrones de consumo, privilegiemos productos y servicios bajos en emisiones, sanciones en la compra a aquellas marcas rezagadas o poco transparentes, y apoyemos las políticas públicas que protejan a los más vulnerables.

[1] https://www.iea.org/commentaries/critical-minerals-threaten-a-decades-long-trend-of-cost-declines-for-clean-energy-technologies

[2] https://report.ipcc.ch/ar6wg3/pdf/IPCC_AR6_WGIII_PressRelease-Spanish.pdf

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