La felicidad, pequeña parte de un todo para el desarrollo humano sostenible

En junio de 2013 las Naciones Unidas en Asamblea General, invita a sus Estados miembros a la elaboración de nuevas medidas que reflejaran la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo, con miras a orientar sus políticas públicas, reconociendo la felicidad como aspecto fundamental en los objetivos de dichas políticas; así se proclamó el día 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad.

Para abordar este tema, que está directamente vinculado con la salud y el bienestar, contamos con la pluma invitada de Yaniselly Quintero, psicóloga clínica, con más de 6 años de experiencia y parte del equipo de Psicología Activa Panamá.

Para el año 2020, en una lista de 153 países, Panamá figura en el puesto 36 de los países más felices del mundo. Este nivel de felicidad se mide a través de indicadores como los recursos, la corrupción, el sistema de salud y de educación.

Siendo Panamá un país con mucho recurso económico, es de imaginarse que los indicadores medidos para esta lista estén en un nivel de desarrollo esperado y que se nos haya posicionado por varios años como uno de los países más felices del mundo.  Esto se refleja en el sentimiento de bienestar de los ciudadanos, pues podrían sentirse en un país seguro, donde hay equidad en los recursos y la salud y la educación abarca,si no a todos sus miembros, a la mayoría de ellos.

La felicidad es un término bastante subjetivo, pero se asocia comúnmente como sinónimo de satisfacción y como contrario al sufrimiento. No es un secreto que en el último año la satisfacción se ha puesto a prueba y el sufrimiento ha formado parte de muchísimas familias, producto de la actual pandemia y todos los cambios a los que nos ha llevado como país y como planeta. Todo esto se ha visto reflejado en la salud mental de ciudadanos del mundo.

Podríamos decir entonces que la felicidad se ha visto mermada de alguna forma por las pérdidas de salud, de libertad, de economía; sin embargo, los seres humanos tendemos a movilizarnos hacia la adaptación, en la búsqueda de nuestro bienestar y satisfacción, y lo pudimos ver reflejado en las distintas actividades que día a día se realizaron en el confinamiento, desde lo más sencillo, como hacer un cine en casa con la familia, hasta buscar formas creativas de  de reactivar la economía familiar.  Todo esto buscando disminuir en la medida de lo posible, el impacto de la pandemia en la salud mental.

En nuestro país, con miras a cumplir con el objetivo de integrar las políticas públicas orientadas a la felicidad como objetivo, se están realizando estrategias para combatir la pobreza, buscando reducir el desempleo, el trabajo informal; en el área de la salud, existe un política nacional de salud que busca el acceso universal a la salud, dándole relevancia a la Atención Primaria de Salud, buscando mejorar el bienestar y la calidad de vida de la población de todas las edades, como individuos, como familia, al ambiente y a la comunidad.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible contemplan la salud y el bienestar como uno de los 17 objetivos y sin lugar a dudas este es uno de los objetivos que podemos asociar directamente con la felicidad, pues un ser humano sano física y mentalmente,  es más receptivo a su ambiente, aprende de mejor manera, planifica sus objetivos con miras a logros y por lo tanto busca su bienestar, buscando la autorrealización, incluyendo a todo aquello que le brinde felicidad.

Un ser humano con acceso a un sistema de salud completo, que trabaje en prevención, que cubra sus necesidades de salud de forma preventiva y curativa, que cuente con profesionales capacitados y estructuras e insumos  adecuados, podrá tener una vida más tranquila y esto se refleja en su estado de ánimo y por lo tanto en su salud mental.

En el contexto actual, es una realidad que la ansiedad y la depresión han tocado la puerta de muchas familias en el último año; es por eso que trabajar en el autoconocimiento y el gestionar las emociones, adquieren un papel protagónico para cada uno de nosotros.

El conocer las propias fortalezas y limitaciones nos permite aceptar nuestra realidad para tener un punto de partida y hacer los ajustes que sean necesarios a fin de poder encontrar esa felicidad, que aunque es subjetiva, tiene criterios en común con otros.

El poder gestionar nuestras emociones nos permite reconocernos como seres humanos desde la importancia del ser, del sentir y del hacer; del saber que no está mal sentir lo que se siente y que siempre habrá alguien que quiera escucharte.

En ese sentido, a quien tiene su felicidad mermada por la situación actual y todo lo que puede englobar, si bien no podemos darle la solución a sus problemas, el escuchar lo que esa persona tiene que decir, sin juzgar, ni intentar evitarle el dolor,  puede ayudar de forma inimaginable; el practicar la empatía, tratar de ponerme en su lugar, entre otras cosas, puede formar parte de la ecuación para ayudar a alguien que pasa por un momento difícil respecto a su salud mental.

Como seres biopsicosociales espirituales, necesitamos vivir en armonía respecto a lo que nos rodea, porque así como se integran las pequeñas partes de un gran todo, se integra nuestra salud mental con nuestra salud física y lo que pase a nivel de políticas de estado nos va a impactar directa o indirectamente.

Para que exista felicidad, primero deben estar cubiertas las necesidades básicas: salud, alimentación, educación, etc. Es por esto que como individuos necesitamos trabajar desde donde estamos y con lo que tenemos, para que cuando esa pequeña parte que soy yo, se junte con la pequeña parte que eres tú y formemos una gran pieza que es nuestro país, con todo lo que tenemos y lo que nos falta por mejorar, podamos formar un sistema que trabaja de forma integral, donde todos sus miembros reciben lo que el estado debe proveer de forma equitativa y todos buscan el bien común. Y si cada parte procura hacer su labor, sin lugar a dudas la felicidad será parte de nuestro diario vivir.

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