Pie de foto: Evento Huellas y Cantos de Panamá;
Autor: Eduardo Izaguirre | Dekel Holdings
Por: Lázaro I. Rodríguez, fundador de Transformatorio, una consultora internacional panameña de gobernanza creativa de las transformaciones sostenibles. Rodríguez ha trabajado por 20 años la relación entre políticas culturales y desarrollo sostenible principalmente en América latina y el Caribe. Integra el nuevo Mecanismo de Expertos de la Unión Europea/UNESCO en Gobernanza, Monitoreo y Evaluación de la Cultura y la Creatividad (2023).
Desde su propia definición, el mecenazgo se ha asociado tanto con la protección de un escritor, artista, como con el apoyo económico “dispensado de forma altruista a causas u organizaciones benéficas y sin ánimo de lucro”. La historia del arte tendría grandes lagunas de no haber contado con personas con recursos que acogieron a creadores para agregar belleza a sus vidas y a las de otros. A esto se fueron sumando las empresas que, como parte de sus aportes a la sociedad, invirtieron en grandes infraestructuras culturales como colecciones, museos, teatros. Todavía hoy, en Panamá y el mundo, las entradas y salas de muchas instituciones culturales gestionadas por fundaciones públicas y privadas, registran los nombres de personas y corporaciones que han contribuido a que la vida cultural suceda. A veces, el mecenazgo se confunde con el patrocinio, “apoyar o financiar una actividad, normalmente con fines publicitarios”, cuando las empresas sacan de sus presupuestos de promoción o de responsabilidad social, apoyos a carnavales, festivales, muestras, exhibiciones, becas de creación o intercambios internacionales. Recientemente, una nueva generación de leyes de mecenazgo cultural esta práctica y dispone ámbitos prioritarios de la degravación fiscal que es muchas veces un fuerte incentivo para las empresas para invertir en cultura. Hoy la responsabilidad cultural significa, o al menos debería significar algo más que el espectro entre la romantización de la persona filántropa motivada por interes estéticos, y los patrocinadores culturales que extraen valor simbólico y social de las propuestas culturales, permitiendo, eso sí, en muchos casos, su existencia misma.
Lo primero que debemos considerar para una definición operativa de responsabilidad cultural empresarial son los cambios que ha tenido el campo cultural que hace imposible la financiación directa de todas las personas con intereses creativos. Hay, al menos, tres razones que exigen pensar la responsabilidad cultural más allá del mero patrocinio o mecenazgo individual al talento: el avance normativo de los derechos culturales que amplía la cantidad de personas que tienen y se sienten con el derecho también a explorar sus capacidades estéticas; la profesionalización de la gestión cultural como un área con criterios técnicos propios que permite medir impactos y por último, el impulso de consensos políticos internacionales sobre lo que significa ser responsable “en cultura” hoy. Un poco como ha pasado con el tema de la responsabilidad social.
Por responsabilidad cultural empresarial (RCE) entenderíamos el compromiso de los entes productivos privados de todos los sectores por incorporar la cultura como un motor de su desarrollo organizacional y como facilitador de su responsabilidad con el desarrollo sostenible, dotando de recursos financieros, técnicos y personal para:
- respetar los derechos culturales como parte de la ética y desarrollo organizacional: lo que significa disponer de mecanismos específicos para garantizar el respeto de la diversidad cultural sus trabajadores, desarrollar espacios laborales libres de discriminación cultural, y potenciadores de las identidades y prácticas culturales;
- minimizar los impactos y daños culturales de sus operaciones productivas (ya sea para empresas que operan por ejemplo, en comunidades con fuertes identidades o recursos culturales que se ven amenazados, o en el caso de las empresas culturales y creativas en su uso responsable de las materias primas (recurso naturales) o creativas (derechos de propiedad intelectuales); y la activación de modelos de producción y consumo cultural justos, inclusivos y sostenibles.
- mejorar la calidad de la vida cultural en los espacios de incidencia de la empresa, a través de mecanismos de apoyo a actores, actividades, bienes y servicios culturales que requieren inversiones externas y demuestran impactos en el desarrollo sostenible.
Usted pensará que las inversiones privadas en organizaciones culturales con impactos es algo que muchas empresas ya realizan acciones que pueden calificarse como RSC en Panamá y no le falta razón. El Canal de Panamá financia estudios y espacios que generan evidencia sobre el aporte de la diversidad cultural étnica a la construcción y puesta en marcha de esta obra. Recientemente la empresa Naturgy y el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá, firmaron un convenio de patrocinio que permitirá promover esas expresiones artísticas y sumar esfuerzos a los que ya esta institución realiza para recaudar fondos, como la prestigiosa MAC Gala. Copa Airlines, “histórico patrocinador” del Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF) implementó en su flora el Canal IFF Panamá, una curaduría especial de cine que proyectó entre 2018 y 2021, 56 películas.
Estos son algunos ejemplo, sueltos, como muchas de las acciones que realizan otras tantas empresas que, en muchos casos, ni siquiera incorporan el impacto de estas acciones dentro de sus sistemas de rendición de cuentas e indicadores de responsabilidad social, porque no hay claridad sobre su medición, más allá de asistentes a la actividad. Y eso podría tener que ver conque a nivel internacional, la cultura no logró ser incorporada como un objetivo específico dentro de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible. Por ello, no se contó con indicadores específicos incorporados de forma transversal a la Agenda, o de metas culturales específicas, más allá de algunas sueltas sobre protección del patrimonio. A pesar de esto, hay muchos esfuerzos recientes que han tratado de explicar el rol de la cultura en el desarrollo sostenible, por ejemplo, cómo incorporar la Agenda en el sector o cómo medir en términos sistémicos la contribución de la cultura a la Agenda a través de los Indicadores Temáticos de Cultura|2030.
Aquí es donde veo una oportunidad para Panamá para impulsar marcos de responsabilidad cultural empresarial, ajustados a las normativas y criterios internacionales que permitan demostrar mejor el impacto de la cultura en las inversiones del desarrollo. Dos experiencias recientes hechas en y desde Panamá, impulsadas por Transformatorio pudieran haber aportado a este camino. Como resultado de una asistencia técnica de la Unión Europea y UNESCO, Panamá cuenta con una primera herramienta conceptual que intenta establecer una agenda de economía creativa como financiación estratégica, lo cual orienta las inversiones dentro de la Responsabilidad Cultural Empresarial, de modo que respondan al mismo tiempo a los compromisos internacionales que tenemos en materia de cultura y que mejoren la calidad de vida cultural en el país desde el protagonismo responsable de las empresas. La otra contribución es un estudio global de la UNESCO que desarrollamos para entender cómo las organizaciones culturales, desde la Bienal de Venecia, la Feria del Libro de Frankfurt, o el Festival Ambulante en México, están mejorando sus enfoques de responsabilidad cultural -aunque no la llamamos así.
Quiero pensar que este es un buen momento en Panamá para un giro de timón hacia la sostenibilidad para diseñar los marcos nacionales de medición e implementación de la responsabilidad cultural empresarial, de manera técnicamente responsable, institucionalmente inclusiva y financieramente sostenible. La creación de un nuevo Ministerio de Cultura, la mejora del marco legislativo con la Ley 175 de 3 de noviembre de 2020, Ley General de Cultura, y su cercana reglamentación, entre otras iniciativas, abrieron un camino para la mejora continua de los conceptos, los instrumentos legales, los mecanismos de gestión y medición de impacto que permitirán no sólo invertir en y con cultura, sino hacerlo con logros sociales, económicos, medioambientales y culturales comprobables, transparentes y sostenibles, usualmente más duraderos que luces y hashtags.
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