Un crecimiento económico inclusivo y sostenido puede impulsar el progreso, crear empleos decentes para todos y mejorar los estándares de vida es lo que plantea el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 8, tema que profundiza nuestra pluma invitada, José Ramón Padilla, Coordinador del Centro de Sostenibilidad y Liderazgo Responsable del IESA.
El desarrollo sostenible requiere que las empresas generen bienestar a sus stakeholders, entre ellos a sus propios trabajadores. Tan es así que el ODS número 8 es Trabajo decente y crecimiento económico.
Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el trabajo decente, es el “trabajo productivo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad, en el cual los derechos son protegidos y cuenta con remuneración adecuada y protección social”[1].
Ahora bien, el cumplimiento por parte de las empresas de esos derechos fundamentales, así como su monitoreo por parte de los respectivos gobiernos, no presenta inconvenientes insalvables cuando hablamos de la economía tradicional, aquella donde predomina aún el tipo de organización que emergió de la revolución industrial, donde la mayoría de los trabajadores tiene un espacio y un horario de trabajo común, con cargas laborales y expectativas de desempeño estandarizados.
En cambio, en la economía colaborativa nacida de la revolución digital ese orden tradicional de cosas se ha trastocado profundamente por obra del trabajo online, el homeworking y, sobre todo, las plataformas digitales. Basta decir que, según la encuesta ECAF 2019, alrededor del 16% de la fuerza laboral de Panamá trabaja a través de alguna plataforma digital, siendo este porcentaje mayor en la propia Ciudad de Panamá (23%). De ellos el 60% son autoempleados [2].
Una característica de las plataformas digitales es que la relación entre quien realiza el trabajo y la empresa para la cual se trabaja, se difumina notablemente. Es así bien en su variante “crowdwork” (Clickworker, Upwork, AMT, etc.), en las cuales el trabajo se terceriza mediante convocatorias abiertas a una audiencia geográficamente dispersa o, también, en su más popular variante de aplicaciones (o apps) móviles con geolocalización, en las que el trabajo se asigna a individuos situados en zonas geográficas específicas (Uber, AirBnb, Rapid, etc.).
Bien visto, estas plataformas digitales desarrollan variantes nuevas de modalidades laborales viejas, tan sólo que sirviéndose de la tecnología como mecanismo de intermediación entre la empresa y quienes prestan servicio a sus clientes. No está claro si quienes laboran a través de ellas deben ser considerados trabajadores en el sentido convencional y legal del término. Es esta una discusión compleja y no resuelta.
De cualquier forma, el reto consiste en trasladar el concepto de trabajo decente a estas nuevas realidades. Más allá de que los gobiernos puedan establecer regulaciones sobre las modalidades de trabajo que se dan a través de las plataformas digitales, el cumplimiento de esas reglas de juego se hace difícil. Ello ocasiona, en la práctica, un vacío normativo que debe ser llenado por el comportamiento decente de las empresas. Visto así, debemos hablar aquí de empresas decentes y no sólo de trabajo decente.
Podría decirse que una empresa decente es aquella que tiene un propósito trascendente y vocación de largo plazo, está comprometida con la eficiencia y la productividad y se preocupa por sus stakeholders, sobre todo por los más vulnerables.
Estos rasgos distintivos son útiles para orientarnos sobre la manera que una empresa, que se considere decente, puede y debe relacionarse con quienes le prestan servicio, más allá de la existencia o no de normas que regulen su realidad laboral.
Desde luego, una empresa decente, y por tanto animada por un propósito trascendente, debe tener horizontes de planificación de mediano y largo plazo, considerando el impacto futuro de sus decisiones. En esa línea la empresa debería promover la estabilidad en la relación con sus colaboradores e invertir en su formación.
De igual forma, la preocupación por los más vulnerables, que debe también caracterizar a una empresa decente, supone que ante cualquier medida que ésta tome deberá siempre evaluar cómo serán afectados los más débiles. Este principio llevado a sus últimas consecuencias hace que las empresas propicien la igualdad de género y eviten discriminaciones.
Finalmente, la empresa debe escuchar la voz y representación de los trabajadores. Ello supone respetar el derecho a expresarse y organizarse.
En pocas palabras, una empresa que quiera ser decente, en los términos vistos anteriormente, aunque opere en el mundo de las plataformas digitales, debe “hacerse cargo” de quienes, a través de su trabajo, hacen viable su modelo de negocio. Más allá de la discusión sobre la naturaleza jurídica de la relación, nada impide que una plataforma digital se ocupe del mejoramiento profesional de quienes trabajan en ella, propenda a desarrollar relaciones de largo plazo o cuando menos duraderas con sus colaboradores, se ocupe de no discriminar en el acceso a los trabajos o en su compensación en función del sexo, raza o condición social. Eso es lo que una empresa decente haría.
Podría ser útil en el “aterrizaje” práctico de estas ideas una guía elaborada para tal fin por la OIT[3], que hace un esfuerzo por introducir seguridad y claridad en las relaciones que se dan entre las plataformas digitales y quienes les prestan servicio. Valga mencionar que allí se contemplan medidas dirigidas a garantizar la transparencia en la forma como los pagos y las comisiones se fijan, al tiempo que se establecen garantías para que los trabajadores puedan rechazar tareas indeseadas o se cubra el trabajo perdido por causa de problemas técnicos de la plataforma, también se aboga por claridad en los términos de servicio y se adopten códigos de conducta claros, tanto para los trabajadores como para los usuarios de sus servicios.
En todo lo anterior las empresas tienen mucho que hacer. Otra cosa ocurre con los temas de protección social que dependen de la capacidad de los sistemas nacionales de seguridad social para dar cobertura a los trabajadores independientes. Esto no depende de las empresas, pero éstas, como actores sociales responsables, deberían presionar para que la regulación estatal avance en la dirección correcta.
[1] OIT 87ª reunión, 1999.
[2] CAF. (2020). ECAF 2019. Percepciones de los Latinoamericanos sobre los Sistemas de Pensiones, Salud y Cuidados y el Avance Tecnológico en el Mercado Laboral.
[3] OIT (2019) Las plataformas digitales y el futuro del trabajo. Cómo fomentar el trabajo decente en el mundo digital. Ginebra